Solos en la pradera

Trabajadores con visas H-2A sufren en su mayoría precariedad laboral mientras sostienen a la industria ovina del Oeste de EE.UU

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High Country News

Gustavo e Iván, hermanos de Perú, trabajaban solos como pastores en condiciones de aislamiento y abuso.

Aceptar este trabajo fue idea de Gustavo. Escaparse de él, también lo fue. “Si nos mata, nos mata”, le dijo a Iván, su hermano menor, una noche al final de la jornada laboral en octubre de 2019. Pasaron todo el día en los corrales del rancho, seleccionando las mejores ovejas para mandar al matadero.

“¿Cómo saldremos de aquí?”, pensaba Iván. Trató de buscar ayuda, pero desistió. Gustavo y él estaban solos. El jefe, según ellos, siempre portaba un arma.

Los hermanos nacidos en Perú habían aceptado un trabajo en los Estados Unidos y tramitaron visas temporales de trabajo para desempeñarse como pastores de ovejas. Durante los últimos años repartieron sus labores en un rancho en las afueras de Cokeville, en Wyoming, donde participaban de la selección de las ovejas para esquilar y de los corderos para la producción de carne, así como en las remotas y solitarias montañas donde llevaban las ovejas a pastar a campo abierto.

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Las horas eran largas y el trabajo era durísimo, pero no sabían cómo salir de allí. Sus empleadores, Jon y Vickie Child, retuvieron el pasaporte de Gustavo, quien también contó que casi no tenían acceso a un teléfono celular, ni a un auto o un mapa. Si Jon Child se enojaba, “teníamos miedo de que nos matara y nos tirara en algún lado donde nadie pudiera encontrarnos”, dijo Iván. “Nuestras familias nunca sabrían qué pasó con nosotros”. (Iván y Gustavo pidieron no usar sus nombres reales por miedo a represalias).

Al día siguiente, después del atardecer, Iván dejó a las ovejas en el corral y, junto con Gustavo, caminaron por el borde de la carretera que atravesaba el campo. Cokeville es una antigua ciudad precursora que se hizo conocida luego de una toma de rehenes en la década de los 80. Gustavo e Iván querían irse lo más lejos posible de ese lugar. Calculaban que la ciudad más cercana sería Kemmerer y que les tomaría 30 o 40 minutos llegar hasta allí a pie. En realidad, completar ese recorrido les llevaría casi 15 horas.

Los hermanos dijeron que vivieron con miedo de su empleador, un ranchero llamado Jon Child, hasta que finalmente escaparon.

“Era la única opción (que teníamos) y lo aceptábamos”, recordó Iván. “Si nos encuentra, nos encuentra”. Aún así, dijo, “son ideas que se te vienen a la cabeza”. Pensó que quizás Child habría puesto cámaras. El camino estaba oscuro y empezaba a hacer frío. Quizás ya se dio cuenta que nos fuimos.

No eran los únicos pastores que habían intentado huir de sus empleadores. Simeón, también pastor de ovejas, huyó junto con el amigo de un amigo. Gilmer corrió hacia la carretera y pidió ayuda a quien pasara por ahí. Luego llamó a la policía y denunció a su jefe. “Nací para tener éxito, no para ser humillado”, escribió en la denuncia que presentó en la policía. (Ambos pidieron no usar sus nombres reales por miedo a represalias). En Idaho, un pastor huyó de su lugar de trabajo, pero murió congelado de hipotermia en su intento de escape, según consta en una demanda civil que uno de sus compañeros presentó en 2017. (Los cargos fueron retirados luego que se alcanzara un arreglo extrajudicial). Los pastores han pedido a ayuda a los camioneros que se encontraban en la carretera y a los cazadores con los que se cruzaban mientras intentaban escapar. A veces presentaban “lesiones atroces”, dijo Jenifer Rodríguez, abogada administradora de la división de trabajadores agrícolas migrantes de Servicios Legales de Colorado (CLS, por sus siglas en inglés), una organización sin fines de lucro que los representa legalmente.

“En los Estados Unidos vivimos en condiciones de esclavitud o de semiesclavitud”, comentó Jorge, un pastor de ovejas que trabajó en Colorado en 2008. (Jorge no es su verdadero nombre).

En el Oeste de EE. UU. hay muchos pastores que trabajan largas y solitarias horas a campo abierto en las remotas y desoladas montañas. La pequeña industria ovina del país se sostiene gracias al esfuerzo de los trabajadores que ingresaron al país luego de acceder al Programa H-2A que les permite trabajar en empleos temporales (entre 1.500 a 2.000 pastores trabajan amparados por el Programa H-2A en EE. UU. en promedio). Los dueños de los ranchos reconocen que el trabajo es difícil, pero muchos consideran que las denuncias por maltrato son exageradas.

Esta industria es conocida por el nivel de maltrato laboral que sorprende a los mismos abogados de los trabajadores agrícolas, a los funcionarios del gobierno y a los especialistas en trata de personas. “Nunca conocí otros pastores que sintieran tanto miedo”, contó David Seligman, director ejecutivo de Towards Justice, una organización sin fines de lucro que lucha por los derechos de los trabajadores y que ha presentado demandas en contra de varios empleadores.

Durante años, un grupo de diplomáticos peruanos, funcionarios del gobierno estadounidense, abogados de oficio, abogados especializados en derecho laboral y personas que trabajaron como pastores han registrado las condiciones de maltrato y han impulsado reformas en el sistema. Para contar esta historia, hemos entrevistado a miembros de aquella comunidad, incluyendo a ocho personas que trabajaron como pastores, y algunos señalaron que es prácticamente imposible hacer responsables por sus actos a los dueños de aquellos ranchos, ya que el maltrato está enraizado en las políticas del gobierno y en la administración burocrática. Durante décadas, la industria ovina ha tenido una enorme influencia sobre sus propias regulaciones, y al Departamento de Trabajo le ha costado hacer cumplir esas reglas sin excepción. El gobierno federal ha llegado a admitir que estaban al tanto de algunos casos de trata de personas que ocurrían en los ranchos, incluso en aquellos que seguían albergando trabajadores que llegaban allí amparados por el programa H-2A.

Antes de aceptar un trabajo en Wyoming, Iván sentía curiosidad por los Estados Unidos. Tanto él como Gustavo crecieron en Perú, en una zona entre dos montañas verdes de la Cordillera de los Andes, en un pueblo quechua. De niño, Iván jugaba al fútbol en el equipo de su familia y siempre corría detrás de Gustavo, un hermano mayor que se empeñaba en jugar con él y compartir.  

Su familia sobrevivía gracias al maíz y las papas que cultivaban y a las vacas y ovejas que cuidaban en las montañas, pero nunca había suficiente comida. Los miembros de la comunidad sufrían agresiones e incluso eran asesinados por los guerrilleros partidarios de Sendero Luminoso, un grupo terrorista de izquierda que, si bien ha perdido poder desde 1990, ocasionalmente ataca a los residentes rurales hasta el día de hoy. Iván se propuso nunca salir por las noches. Algunos vecinos abandonaron el pueblo y se dirigieron a Huancayo, la ciudad más cercana, a tres horas de distancia en auto a través de un camino difícil de transitar. Aun así, los trabajos que podían conseguir eran tan mal pagados que la mudanza rara vez valía la pena.

Los pastores entrevistados para esta investigación han alegado que sus empleadores les quitaron los pasaportes.

Algunos vecinos dependían de parientes en el extranjero: pastores de ovejas que enviaban remesas desde los Estados Unidos. A ellos les solía ir mejor; eran los que se alimentaban de frutas, como mangos o plátanos, que muchas otras personas no podían permitirse. Sus hijos iban a la escuela en Huancayo. Los pastores les pagaban a los residentes locales para construir o renovar casas para sus familias, aunque muy pocas veces llegaban a residir en ellas.

La industria ovina estadounidense donde vienen a trabajar los pastores ha sido vista durante mucho tiempo como desfavorecida y menospreciada; una versión menos glamorosa de los icónicos vaqueros. “Es una historia desconocida”, indicó Andew Gulliford, profesor de historia y de estudios ambientales en Fort Lewis College y el autor del libro “The Woolly West”. Durante los siglos XIX y XX, “los pastores eran odiados, despreciados y pertenecían a la clase más baja”. Morían en las montañas, solos, alcanzados por un rayo, o en tiroteos contra otros vaqueros en disputas de tierras para el pastoreo. Aquellos a quienes les iba bien solían trabajar en las montañas y los cañones más peligrosos del Oeste, “donde es casi imposible llevar a pastar el ganado”, comentó Gulliford. Algunos lograban comprar terrenos. “Ahora son sus nietos y bisnietos quienes están a cargo de esos feudos. Cobran $10.000 o más por la caza de ciervos canadienses. Tienen petróleo y pozos de gas”.

“Quieren mantener un sistema antiguo de trabajos de pastoreo en una sociedad moderna.”

Robert Irwin, dueño de un rancho de ovejas

La industria registró su mayor crecimiento durante la Segunda Guerra Mundial cuando los miembros de las fuerzas armadas estadounidenses fueron sometidos a raciones de carne de cordero enlatada. Desde entonces empezó su declive. Los criadores de ovejas para esquilado de los Estados Unidos han sido superados por productores de Australia y Nueva Zelanda. Los materiales industriales han sido reemplazados por fibras sintéticas y baratas. Los estadounidenses ya no consumen tanto cordero como antes y la consolidación de las compañías de procesamiento de carne obliga a los productores a ceñirse a precios poco competitivos. Hoy en día, la industria ovina de los Estados Unidos ostenta la mitad de la producción que tenía hace 30 años. Los dueños de tierras lucrativas más allá del pastoreo pueden contar con ingresos estables, pero otros dijeron que tienen que luchar para sobrevivir.

“Es difícil negociar con una persona que está desesperada. Y, en este momento, todos lo están”, comentó Robert Irwin, uno de los dueños de Kaos Sheep Outfit, un rancho de ovejas ubicada en California. Contó que su familia sale adelante con las justas.

No es fácil dar con personas que quieran trabajar en esta industria. “Es como intentar mantener un antiguo sistema de pastoralismo en una sociedad moderna”, indicó Irwin. Los pastores suelen vivir en casas móviles, en terrenos públicos donde sus empleadores cuentan con los permisos para realizar estas actividades. Están de guardia durante 24 horas, los siete días de la semana y pueden caminar largos caminos sin cruzarse con nadie más. Es un trabajo difícil que pocos estadounidenses están dispuestos a hacer.

La mano de obra de la industria ovina solía proceder de las islas griegas y del País Vasco. Siempre se trató de un trabajo peligroso. “Hay cuentos de horror”, contó Gulliford, “historias de pastores que querían regresar a casa sin haber recibido dinero, querían su dinero y luego desaparecieron”.

Desde 1980, la mayoría de los pastores ha salido de América Latina. Hoy en día, cerca del 80% viene de Perú. Según las versiones de los funcionarios diplomáticos de ese país, la mayoría pertenecen a comunidades indígenas con tradiciones milenarias de pastoreo, como es el caso de Iván y de Gustavo. “Los problemas que sufren los pastores son bien conocidos en nuestro país y generan constante preocupación”, comentó Luis Felipe Solari Otero, el cónsul general del Consulado del Perú en Denver, Colorado. “Lo que yo puedo observar es que algunos rancheros de aquí todavía aplican prácticas feudales”.

Las visas para trabajar como pastores solían abrir puertas para obtener la residencia permanente, pero en la década de 1950, los representantes de la industria se quejaron ante el Congreso porque muchos pastores renunciaban y se iban en búsqueda de mejores trabajos. En la actualidad, los trabajadores cuentan con el Programa H-2A que otorga visas temporales a trabajadores agrícolas provenientes de otros países. Durante el último año fiscal, el Departamento de Estado de los Estados Unidos ha entregado casi 300.000 visas H-2A, más de cuatro veces de las que se otrogaban hace diez años, y el lobby agrícola ha presionado al Congreso para que expanda dicho programa. Los especialistas en temas de inmigración han comparado este programa con la servidumbre por contrato.

El Programa H-2A permite a un pastor trabajar para solo para el empleador que haya patrocinado su visa. Además, le dificulta cambiar de trabajo por más que reciba malos tratos de parte de sus jefes. Si renuncia, debe regresar a su país de origen. Las asociaciones pertenecientes a la industria que tramitan los permisos de trabajo pueden solicitar el traspaso de un rancho a otro. “Durante este proceso, no se tiene en cuenta lo que los trabajadores quieran,” reveló Rafael Flores, director de Comunicación Bilingüe de Polaris, una organización sin ánimo de lucro que trabaja para combatir el tráfico laboral y de personas. “Los están transfiriendo a distintos lugares y ellos ni siquiera saben a dónde los llevan”.

Polaris, junto con otras organizaciones, consideran que el Programa H-2A fomenta el desenfrenado tráfico de personas y la apropiación de los salarios. Los especialistas en el tema exigen que se apliquen reformas de manera inmediata. Hoy en día, el Departamento de Trabajo determina quiénes son los empleadores que pueden valerse del Programa y debe asegurarse que cumplan todas las reglas. En un comunicado, Monica Vereen, vocera de la agencia, sostuvo que el Departamento de Trabajo está al tanto de la “gravedad de la situación” y también afirmó que “es necesario fortalecer y clarificar las protecciones” que el Programa brinda a los trabajadores agrícolas.

El Departamento de Trabajo ha adoptado una serie de reglamentos que excluyen a los pastores de ganado del amparo de los pocos derechos y protecciones que debería brindarles el Programa H-2A. Muchos de estos reglamentos son el resultado de la presión ejercida por generaciones de empleadores de la industria ovina. En la actualidad, asociaciones como Western Range Association están a cargo de la defensa de varios de estos casos. Según los pastores que han presentado denuncias, esta asociación ha logrado tener una influencia considerable sobre la industria y sobre cómo ésta se maneja. En las demandas, los abogados de los pastores alegan que Western Range representa a los propietarios de más de 200 ranchos de ovejas y cabras ubicados en todo el territorio de los Estados Unidos. (En un comunicado reciente, Western Range afirma que la cantidad de representados es menor y agrega que la composición de sus miembros no es estable). Según los abogados, en los últimos años, la asociación ha contratado más de dos tercios de los pastores amparados por el Programa H-2A en nombre de los propietarios de los ranchos. Desde el 2014, Mountain Plains Agricultural Service, la asociación con la que trabajaba el jefe de Iván y Gustavo, ha contratado a varios del tercio restante. (Mountain Plains no respondió a múltiples solicitudes de comentarios al respecto).

Iván dijo que a menudo no podía contactar a su esposa durante los años que trabajó como pastor en Estados Unidos.

En los materiales de empleo obtenidos durante la elaboración de este informe, Western Range asegura a los trabajadores que la asociación “se compromete a responder cualquier duda o ayudarlos con cualquier inconveniente que pudiera presentarse en sus lugares de trabajo”. Sin embargo, quienes cuestionan el accionar de esta asociación afirman que, por el contrario, lo que hacen es contribuir a la perpetuidad de las situaciones de maltrato. En dos demandas presentadas recientemente, los pastores acusan a los empleados de la sede en Lima de Western Range de cobrarles comisión por la obtención de sus visas H-2A. (Una de estas demandas fue desestimada, mientras que la otra sigue en litigio). Se trata de una práctica muy común, según un funcionario peruano. En al menos tres querellas presentadas en los últimos diez años, los pastores también han demandado a esta asociación por reducir artificialmente los salarios, acusándola de crear un “cártel de fijación salarial” que frene cualquier aumento del sueldo de los trabajadores. (Dos de esas demandas siguen en litigio; una tercera fue desestimada). En un comunicado, Monica Youree, Directora Ejecutiva de Western Range, enfatizó el compromiso que tiene la asociación con el bienestar de los pastores y negó rotundamente que existiera un acuerdo para fijar los salarios. Los abogados que representan a los pastores “parecen estar más interesados en sacar provecho de hechos aislados para hacer un análisis más amplio de la industria”, y “a menudo intentan recuperar millones de dólares para su propio beneficio”, dijo Youree.

Western Range ha reportado ante las autoridades de inmigración a los pastores que incurren en incumplimiento de contrato, algo que, según Youree, debe hacerse de manera obligatoria, ya que así lo establecen las leyes federales. Según aquellas personas que cuestionan el accionar de este tipo de asociaciones, Western Range y Mountain Plains se han embarcado en una ferviente búsqueda de pastores desertores. En una publicación en un blog realizada en 2014, el expresidente de Western Range, Lane Jensen, escribió que los dos grupos estaban “haciendo todo lo posible” para localizar y deportar a los “pastores fugitivos”, y también para “penalizar” a aquellos que los han ayudado a conseguir otros trabajos. Jensen también reclamó a las autoridades de inmigración que no han ayudado a Western Range en lo que respecta a la deportación de estas personas. En un mensaje diplomático enviado a las agencias gubernamentales de los Estados Unidos, los funcionarios peruanos escribieron que muchos de los pastores que incurrieron en incumplimiento de contrato lo hicieron para huir de los malos tratos recibidos.

Contrariamente a lo que sucede con otros empleadores del Programa H-2A, los propietarios de los ranchos no tienen que pagar por hora a los pastores, y las normas que dicen que deben brindar a sus empleados acceso a agua potable, un sanitario, y alimentos en buen estado son demasiado amplias. La naturaleza estacional y de corto plazo de las visas H-2A en ayuda a algunos trabajadores (un empleador puede ser abusivo, pero al menos el trabajo terminará pronto), pero hasta hace poco, la industria ovina también estaba exenta de esa limitación. Las visas tenían una validez de 364 días y podían renovarse automáticamente hasta tres veces, lo que significaba que el aspecto “temporal” podía abarcar un período de tres años antes que los pastores pudieran regresar a sus países de origen.

Si se combinan todas estas políticas, dijeron los críticos, la industria esencialmente ha creado una fuerza laboral profundamente vulnerable al abuso. “Los propietarios de los ranchos tienen mucho bajo su control”, dijo Erik Johnson, director de Servicios Legales de Idaho para Trabajadores Agrícolas Migrantes. “Quizás eso saque a la luz su lado más oscuro”.


“El pago es en dólares estadounidenses, así que ganarás una buena cantidad de dinero”, recuerda Gustavo que le decían sus amigos y vecinos cuando hablaban de los pastores que se habían ido. “Pensábamos: ‘Algún día yo también iré a aquel lugar’”.

Gustavo fue el primero en irse. Se había puesto en contacto con un antiguo vecino que había partido para los Estados Unidos hacía algunos años. Había un puesto disponible en el rancho de ovejas donde él trabajaba y le dijo a Gustavo que podría recomendarlo. Gustavo tenía poco más de 30 años, estaba casado y tenía dos niños. “Quería darles a mis hijos una mejor vida”, confesó.

El vecino explicó que la recomendación ante el jefe le costaría a Gustavo unos $3.500. “¿Crees que traerte aquí sería gratis? ¿Quién haría eso?”, le dijo. Para Gustavo, $3.500 era muchísimo dinero, así que sacó préstamos para poder pagar una parte. Contó que en el 2014 viajó a Wyoming y que, durante los meses siguientes, Iván y el resto de la familia apenas si tuvieron noticias de él. Iván recuerda que su madre decía: “Nunca volveré a ver a mi hijo”. Ella falleció a causa de un derrame cerebral pocos meses después de la partida de Gustavo, y fue muy difícil para la familia ponerse en contacto con él para darle la noticia. Lo intentaron varias veces desde el único teléfono público que tenía el pueblo. Pero el dinero que Gustavo enviaba era el sustento para sus vidas. Con ese dinero, la familia compraba comida, ropa y medicamentos.

Pasaron algunos años y Gustavo llamó a Iván para contarle que había un puesto de trabajo disponible en el rancho de ovejas de Wyoming donde él ya se encontraba trabajando, pero si Iván decidía aceptar ese puesto, tendría que pagarle una comisión al mismo vecino. Iván tenía cerca de 30 años. Lo conversó mucho con su esposa. “Si acepto este trabajo, al menos podré construir una casa para nosotros dos”, recuerda que le dijo.

“Acepté porque no me dijeron cómo serían las cosas en realidad”, contó.

Era la primera vez que Iván se subía a un avión y la pasó mal durante la mayor parte del viaje. Aterrizó en Wyoming y lo pasaron a buscar por el aeropuerto para llevarlo al Rancho Child. Allí, en un camino al norte de Cokeville, cubierto de maleza, conoció a Jon Child, un antiguo jinete de rodeo que solía usar un sombrero de vaquero. Ni Jon Child ni su esposa, Vickie, han contestado las numerosas llamadas telefónicas, correos electrónicos o una carta certificada que se les envió solicitando comentarios sobre las afirmaciones hechas en esta historia. Sin embargo, en una entrevista para Outside Business Journal publicada poco tiempo después de la llegada de Iván, Child contó sobre sus inicios en la década de 1980, trasladando sus ovejas entre parcelas estacionales a medida que hacía crecer su negocio. También contó que era muy común que los trabajadores de los ranchos de ovejas “renunciaran” a sus trabajos una vez que se daban cuenta de “cómo funcionaba el sistema estadounidense”.

“Ve a desayunar”, recuerda Iván que Child le dijo al día siguiente de su llegada al rancho. Le sirvieron una hamburguesa pequeña. La comió y se quedó esperando por lo que sería el resto de su desayuno. Hoy en día se ríe por haber pensado que le servirían más para comer.

De a pocos, Gustavo le contó a Iván la verdad y todos los detalles acerca del trabajo. El antiguo vecino que había contactado a Gustavo resultó ser poco confiable. Los honorarios que les había cobrado por recomendarlos a Jon Child para que patrocinara sus visas eran ilegales. (Los hermanos contaron que otros pastores también habían pagado una comisión por ser recomendados para trabajar en el Rancho Child). Los hermanos trabajaron duro para saldar aquella deuda; según Gustavo, le tomó un año y medio juntar el dinero.

En una encuesta realizada en 2020 por el Centro de los Derechos del Migrante, una organización sin fines de lucro que se encarga de defender los derechos laborales de las personas migrantes en los Estados Unidos, más de un cuarto de las personas que obtuvieron la visa H-2A dijeron que tuvieron que pagar una comisión que les asegurara obtener el puesto de trabajo que buscaban, por más que el pago de comisiones para este propósito sea ilegal. Tanto los pastores como los funcionarios peruanos afirman que estas prácticas ilegales, incluyendo el cobro de comisiones por obtener la visa y los gastos de traslado, son las que predominan en la industria ovina y que a menudo los propios empleadores también participan de este esquema.

Gustavo contó que Vickie Child retuvo su pasaporte, algo que ella negó rotundamente años después, cuando Gustavo inició acciones legales en contra de los propietarios del rancho en reclamo de sus sueldos no pagados. (“Él lo dejó en otro lado o lo perdió”, escribió en una carta dirigida al Departamento de Servicios Laborales de Wyoming). Ocasionalmente, Jon Child les daba a los trabajadores los cheques que les correspondían, pero los hermanos dijeron que no tenían acceso directo al dinero que habían ganado. Si querían mandar dinero a sus familias en Perú, tenían que pedirle a Child que lo hiciera por ellos. “Nosotros nunca lo mandábamos; él lo hacía”, dijo Gustavo. “Él nunca nos pagaba”. Los pastores trabajaban largas horas, sin parar, entre los insultos y los gritos de Child. “¡Hijo de puta! ¡Mierda!” Gustavo recuerda como les resondraba. “Sal de aquí. No te necesito. ¡Te despediré y mandaré de regreso a Perú!”

Cuando le preguntamos a Iván si estaba enojado con su hermano por no haberle dicho nada sobre las verdaderas condiciones de trabajo, él dijo que no. Entendió por qué Gustavo no había dicho nada al respecto. “Si me lo hubiera dicho, yo les habría contado a nuestros padres”, dijo. Su familia habría quedado devastada y le habrían exigido a Gustavo que renunciara y volviera a casa. A pesar de todo, Iván admira la valentía de su hermano para ayudar a su familia.

Recuerda haber pensado: “No importa qué resulte de todo esto, voy a trabajar para ayudar a mi familia y seguir luchando [por ellos]”.

Cada año, entre julio hasta octubre, los pastores que trabajaban para Jon Child se dividían en grupos de a dos y se dirigían hacia lugares remotos en el campo abierto. Gustavo e Iván llevaban a las ovejas a pastar a distintos lugares. A veces lo hacían juntos; a veces, separados. Pero el lugar del que no pueden olvidarse era uno al que ellos llaman simplemente “la montaña”, una zona escarpada y rocosa llena de pinos, donde los bosques daban paso a parches de artemisa. El calor del verano había secado parte de los pastizales.

“¿Esta montaña?” recuerda Gustavo que le preguntó a otro pastor, con desconfianza, cuando vio el lugar por primera vez. “Allí perderemos a todas las ovejas”.

“Cuando no tienes con quien hablar, piensas en miles de cosas y todas son dolorosas.”

Nestor

Los hermanos contaron que cuidaban hasta 2.000 ovejas allí al mismo tiempo. Child llevaba el ganado a la montaña en siete camiones que iban llenos. Gustavo e Iván contaron que les dejaron algunos caballos y perros pastores, una carpa donde podían dormir, un celular con pocos dólares de crédito y un rifle para proteger a las ovejas de los osos. Child les daba comida enlatada, muchas veces vencida. No les daba suficiente agua, o un mapa o acceso a algún vehículo. Ellos lo veían alejarse. Sabían que no regresaría hasta transcurridos 15 días.

El aislamiento al que los pastores están expuestos los vuelve vulnerables. “Algunos de estos trabajadores no saben dónde están ni en qué estado se encuentran”, dijo el abogado David Seligman. Muchos pastores viven solos en el campo. “Cuando no tienes con quien hablar, piensas en miles de cosas y todas son dolorosas”, confesó Néstor, quien llegó a finales de la década de 1990 y trabajó en el campo, solo. Desde entonces, se ha dedicado a crear una asociación que ayuda a los pastores retirados. “Cuando sentíamos mucho dolor, hablábamos con los perros. Y cuando lloras, ellos también lloran contigo”. Néstor no tenía acceso a un teléfono. Pastores como Gustavo e Iván sí tenían celulares, pero les era difícil encontrar buena señal. Néstor contó que si había una emergencia “te morías, y tu jefe te encontraba cuando fuera que él regresara”. (Néstor pidió mantenerse en el anonimato por miedo a represalias por parte de su antiguo empleador, por más que hayan pasado décadas).

Gustavo e Iván cuidaban hasta 2.000 ovejas al mismo tiempo en la montaña.

Debido a estas condiciones de aislamiento, los pastores deben confiar en sus empleadores al momento de cubrir sus necesidades básicas. Para los propietarios de los ranchos, esto se les hace tedioso. Robert Irwin, el propietario de un rancho en California, contó que dedica gran parte de su tiempo a hacer diligencias para sus empleados, mientras su esposa y el capataz se encargan de lavar la ropa de los trabajadores. “Les llevas la comida”, dijo, “y él (el pastor) te dice: ‘También necesito propano’. Bueno, no puedo traértelo hoy. Tengo que ir a otros tres lugares”. Algunos rancheros, dijo, se irritan y se cansan. “Te dices ‘al demonio’ y no les llevas provisiones por tres días”, dijo Irwin, quien reconoció que esa práctica es inapropiada.

Rodríguez, el abogado, dijo que este sistema les otorga a los propietarios de los ranchos un enorme nivel de control. “Desde el principio, era algo así: ‘Yo soy tu intermediario para que puedas comunicarte con el resto del mundo y soy la única persona que sabe dónde estás’”, explicó.

El programa H-2A exige que los empleadores proporcionen alimentos a sus trabajadores, pero algunos ganaderos toman atajos, presumiblemente para escatimar en gastos. En investigaciones, entrevistas y más de media docena de demandas, los pastores siempre mencionan haber pasado hambre. “¿Podría traerme fruta o pollo?” Néstor recuerda haberle preguntado a su jefe. “‘Bueno, pero eso tendrá un cargo adicional’”, recuerda. Dijo que en un momento tenía tanta hambre que estuvo un día entero caminando hacia un lugar donde había visto una luz distante. Quería llegar allí para pedir por favor que le dieran comida. Cuando llegó al lugar, un grupo de trabajadores agrícolas provenientes de México le dieron la comida que tenían en sus manos.

“Muchas veces hemos escuchado que les retenían la comida y el agua como una forma de castigo si [los empleadores] se enojaban porque se habían perdido algunas ovejas” aseveró Rodríguez. En muchos casos, los empleadores tampoco les daban a los pastores agua fresca y potable. Algunos pastores derriten nieve en los meses de invierno o se arriesgan a beber el agua de los arroyos y los ríos. Hace muchos años, un pastor de Idaho sufrió una parálisis y perdió la habilidad del habla debido a la ingesta de una bacteria que se encontraba en el agua de un riachuelo.

Algunos pastores dejan que las ovejas de su rebaño se enfermen y se debiliten, contó Iván, “pero eso nunca nos sucedía a nosotros”. Él alimentaba a los corderos con sus manos cuando se enfermaban y, cuando estaban muy cansados para caminar, los cargaba. “Nuestro objetivo era que las ovejas sobrevivieran”. Si no sobrevivían, los hermanos dijeron, Child se enojaba y les gritaba, y por momentos parecía que iba a pegarles. Como no había mucho pasto y el poco que había estaba seco, las ovejas iban hacia los bosques de las montañas en búsqueda de todo el pasto que podían encontrar. Los hermanos luchaban por seguirles el ritmo a los animales. Iván había llevado varios pares de zapatos, pero se desgastaron por completo en cuestión de dos meses. Las ovejas se movían muy rápido, por lo que no tenía mucho sentido instalar la carpa todas las noches. Los hermanos adquirieron el hábito de dormir bajo las estrellas junto al rebaño. Cuando era necesario, se encargaban de sacarle las pulgas a las ovejas, pero dijeron que Child se negaba a darles medicación.

Los pastores a menudo no reciben suficiente comida ni otros suministros básicos.

La mayoría de las ovejas sobrevivían, pero no todas corrían con la misma suerte. Algunas morían a causa de algún desprendimiento de rocas y otras eran devoradas por los osos. Los hermanos no sintieron miedo la primera vez que se enfrentaron a un oso. “Quería matarnos, pero no pudo”, dijo Gustavo. “Teníamos un arma”. En el campo existe el peligro de que las ovejas sean atacadas por coyotes o por osos que, en ocasiones, también atacan a los pastores. A principios de este año, un oso hirió de gravedad a un pastor en las afueras de Durango, en Colorado.

Cada dos semanas, Iván o Gustavo dijeron que tomaban uno de los caballos y se dirigían a la carretera más cercana donde Child los esperaba para entregarles las provisiones. Llegar a esa carretera les tomaba más de una hora. Algunas veces, dijeron, Child no iba al lugar acordado y los hermanos tenían que volver al lugar del campamento con las manos vacías. Cuando Child iba al encuentro, nunca les dejaba suficiente comida o les dejaba comida en mal estado que los enfermaba. “Quiero pastores delgados”, recuerdan que decía Child, “y no ovejas delgadas”.

Los pastores no tenían otra opción más que volverse creativos. A veces se comían el alimento de los perros, o a las ovejas que morían por los desprendimientos de las rocas. También comían los restos de los ciervos y alces que los cazadores habían matado en los bosques de las montañas. “A veces los mismos perros comían esos restos. Teníamos que hacerlos a un lado para que nosotros pudiéramos comer. Así es como vivíamos”, contó Gustavo.

Child nunca llevaba suficiente agua, los hermanos contaron. Buscaban agua en un lago de agua dulce que había entre las montañas. Llegar hasta allí, montando a caballo, les tomaba una hora. Era un lugar lleno de turistas y pescadores en busca de truchas. No hablaban español, pero les gustaban los cuernos de los ciervos canadienses que los hermanos encontraban en las montañas. Iván y Gustavo solían intercambiarlos por pescado y bebidas

“Podría matarnos en cualquier momento”, recuerda Iván. “Nos matará como mató a nuestros perros”.

A finales de 2017, luego de seis meses de haber aceptado este trabajo, Iván pudo, por primera vez, llamar a su esposa. “¿Qué pasó?”, preguntó ella, preocupada. Pensó que su esposo había fallecido en un accidente o que la había dejado por alguien más. Gustavo y él grabaron sus nombres en los árboles del bosque para que los próximos pastores que llegaran a ese lugar no perdieran las esperanzas.

Dos veces al año, los hermanos dejaban el campo y regresaban al rancho de Child, donde los pastores debían ayudar con el esquilado de las ovejas, el alumbramiento de los corderos y la selección de las ovejas que serían enviadas al matadero. Casi nunca fueron a ningún otro lugar durante los dos años que trabajaron para Child. Durante la época de alumbramiento, se levantaban antes de las 5 de la mañana y terminaban su trabajo en el rancho alrededor de las 10 de la noche, dijo Iván. No desayunaban ni almorzaban. Tomaban agua todas las mañanas y paraban para tomar más agua al mediodía. “Si estamos cumpliendo con nuestro trabajo, ¿por qué no nos traes algo para comer al mediodía o durante las primeras horas de la tarde? Quizás una hamburguesa o una pizza o algo”, recuerda Iván que le pidió a Child. Pero dijo que Child nunca accedió.

Child era una persona difícil, contó Iván, pero a medida que pasaban los meses, Iván empezó a tenerle miedo. Una vez, los pastores estaban seleccionando a las mejores ovejas para mandar al matadero cuando una oveja pequeña se tropezó con un perro blanco que estaba durmiendo en el corral. El perro le ladró. “No necesito este perro”, escucharon que dijo Child. Le disparó al perro a quemarropa y luego le pidió a Iván que se deshiciera del cadáver. No era la primera vez que mataba un perro delante de ellos, contaron.

“Podría matarnos en cualquier momento”, recuerda haber pensado Iván. “Nos matará como mató a nuestros perros”.

En la industria ovina hay un pequeño grupo de propietarios de ranchos a quienes la abogada Jenifer Rodríguez considera “maltratadores extremos”. Son empleadores que abusan de sus trabajadores en reiteradas ocasiones, y cuyos maltratos pueden ser particularmente serios. Los abogados dijeron que han participado en casos donde los rancheros golpeaban a los pastores, los agredían con picanas para marcar ganado o los golpeaban con palos para obligarlos a trabajar más rápido. En los últimos dos años, al menos un pastor ha reportado haber sido abusado sexualmente. Estos empleadores suelen utilizar las mismas técnicas de intimidación, dijo Rodríguez, y matar animales es una de ellas. “Es algo muy común, obligar a los pastores a ver cómo disparan a sus perros” señaló el abogado Alex McBean.

En los últimos 16 años, Rodríguez ha defendido los derechos de los trabajadores en docenas de casos. Sus colegas la consideran una experta en la industria. Hoy en día, es una de media docena de abogados que luchan por los derechos de los pastores en siete estados del Oeste del país. Muchos de los casos tienen varias cuestiones en común, afirma. “Tratamos de compartir la información”. Cuenta con el apoyo de numerosos funcionarios estatales, diplomáticos peruanos, algún que otro jefe de la policía rural y un puñado de cazadores de caza mayor, ya que ellos “se cruzan con los pastores todo el tiempo”, afirmó Rodríguez.

Los abogados han escuchado testimonios de víctimas de diferentes niveles de maltrato, y las experiencias de Iván y Gustavo son un claro ejemplo. Según las leyes que amparan los derechos de los trabajadores que cuentan con la visa H-2A, algunas de las dificultades que han sufrido los hermanos están, en realidad, contempladas en las leyes.

Por ejemplo, el problema de las largas y agotadoras horas de trabajo que deben cumplir los pastores se ha generalizado. Los resultados de una encuesta realizada en 2010 arrojaron que el 62% de los pastores ha reportado que trabajan más de 80 horas por semana. Muchos de los pastores entrevistados para esta historia describieron condiciones similares de trabajo que coinciden con lo establecido en las últimas demandas presentadas en contra de la industria. (Irwin y otros rancheros se han manifestado en desacuerdo con estas cifras). Pero, si se tienen en cuenta las regulaciones especiales del Departamento de Trabajo, los rancheros están exentos de la obligación de pagarles por hora a los pastores e incluso de pagarles horas extras. En cambio, la agencia les exige abonar un sueldo mínimo fijo de $1.901,21 por mes. Los legisladores han logrado aumentar el sueldo mínimo en algunos estados, pero, en la práctica, los pastores y sus abogados sostienen que lo que muchos ganan en realidad asciende a $4 o $5 por hora.

No obstante, otras formas comunes de maltrato son ilegales. Seis de los ocho antiguos pastores que fueron entrevistados para este informe contaron que sus empleadores les retuvieron sus pasaportes o sus tarjetas del Seguro Social, y todos afirmaron que sus empleadores no les pagaban lo que les correspondía. “Algunos retienen el pago y dicen ‘Lo obtendrás de camino al aeropuerto’”, dijo Rodríguez. “Vamos a depositar todo tu dinero en el banco. Para cuando llegues a tu casa, estará a tu disposición”. En diálogo con las agencias federales de los Estados Unidos, desde el Consulado General del Perú han notado que algunos pastores nunca recibieron el número de Seguro Social que tenían derecho a obtener, por lo tanto, no tienen autorización para abrir cuentas bancarias o para recibir determinados servicios.

También hay casos de trato infrahumano: asistencia médica negada, lesiones y muertes. Hay pastores que han muerto en tormentas de nieve, en accidentes vehiculares, o pisoteados por sus propios caballos. En los últimos 10 años, la Administración de Salud y Seguridad Ocupacional de los Estados Unidos (OSHA, por sus siglas en inglés) ha investigado seis fallecimientos en incidentes de ese tipo. Los investigadores concluyeron que hubo negligencia en cinco de los seis casos. Cuatro de esos empleadores negligentes continúan ejerciendo. En 2017, en California, un pastor fue encontrado muerto, acostado en posición fetal. Según la investigación llevada a cabo por OSHA, la víctima presentaba signos de haber fallecido a causa de una enfermedad relacionada con el calor, y que su empleador, Joe Paesano, no le había dado suficiente agua. Paesano recibió una multa de $9.750 en 2019, pero, a fines de ese año, volvió a contratar a tres trabajadores extranjeros. En 2021, en Wyoming, un pastor fue embestido por su propia casa móvil que se encontraba en pésimo estado. La división de OSHA del Departamento de Servicios Laborales de Wyoming se negó a investigar la muerte porque dijeron que estaba fuera de su jurisdicción. Su empleador, un ranchero llamado Bart Argyle, no respondió a las solicitudes de comentarios. Argyle trajo nueve pastores más al país con visas H-2A este año.

Al final, no fueron los disparos a sus perros los que hicieron que Gustavo e Iván huyeran del Rancho Child; fue el dinero. En 2019, después de haber trabajado para Child por cinco años, Gustavo contrató a una constructora en Perú para edificar la casa de su familia y le pidió a Child que les transfiriera $5.000. “Necesito consultarlo con mi esposa”, recuerda que Child le dijo. Pasaron algunos días y Gustavo volvió a pedirle el dinero a Child, quien le explicó que aún no podía mandarles el dinero porque su esposa estaba muy ocupada. No podía transferir esa cantidad de dinero a Perú de una sola vez, así que solo le transfirió $1.000 a la familia de Gustavo. En ese momento, Gustavo se dio cuenta de que Child nunca le iba a pagar el dinero que él había ganado con su trabajo.

Gustavo e Iván han acusado a Jon Child de disparar a perros delante de ellos como forma de intimidación.

“Esta vez voy a ganar. Tiene que pagarme”, pensaba Gustavo. “Estamos sufriendo mucho aquí”, le dijo a Iván. Iván pensó en el miedo que sentía, en el hambre que había pasado, en lo poco que había dormido, y acordaron huir de allí.

Los pastores en situaciones como esta pueden apelar al Departamento de Trabajo, que hace cumplir las regulaciones laborales H-2A, pero la agencia a menudo carece de recursos para investigar a los empleadores. La División de Horas y Salarios (WHD, en inglés) no cuenta con buen financiamiento ni con un amplio personal; 750 investigadores están a cargo de controlar a más de 11 millones de empleadores de todo el país, incluyendo a los empleadores de trabajadores extranjeros. “Están haciendo una tarea monumental”, dijo Daniel Costa, director de investigación de políticas y leyes de inmigración del Instituto de Política Económica. “Cuenta con muy pocos recursos”.

A pesar de la falta de recursos, la WHD ha logrado investigar a algunos rancheros. Según información pública que ha brindado la agencia, en la última década, al menos 80 empleadores pertenecientes a la industria ovina han violado los contratos H-2A de sus trabajadores. Pero, como sucede con la mayoría de los empleadores H-2A abusivos, a los rancheros que han violado estas condiciones casi siempre se les permite continuar operando. Los resultados de un análisis realizado por la WHD junto con el Servicio de Ciudadanía e Inmigración (USCIS, en inglés) muestran que alrededor del 80% de los empleadores empleadores de la industria ovina que los investigadores descubrieron violando los derechos de sus trabajadores aún pueden traer extranjeros a los Estados Unidos con el propósito de cubrir puestos temporales H-2A.

Iván y Gustavo no llamaron al Departamento de Trabajo cuando decidieron escapar. Asumieron que estaban solos. Caminaron durante horas en la fría e interminable carretera hasta que una camioneta se detuvo. “Es la policía o es nuestro jefe”, pensó Iván. Trató de encontrar un lugar donde esconderse, pero el conductor ya los había visto.

Un inmigrante mexicano ayudó a los hermanos a escapar de su trabajo.

“¿A dónde van?” les preguntó el conductor, en español. Era un inmigrante mexicano. Los hermanos nunca supieron mucho sobre él. “¿Trabajan por aquí?”

“Trabajábamos en los ranchos”, contestaron los hermanos, “pero ya no queremos seguir trabajando allí”.

“¿Han comido?” preguntó el conductor, quien luego les compró hamburguesas en una estación de servicio. Se ofreció a llevarlos a una ciudad que él conocía en Colorado y manejó hasta altas horas de la noche. Alrededor de las 3 o 4 de la mañana, los dejó en una lavandería. Era domingo. Los hermanos no tardaron en encontrar a un grupo de inmigrantes peruanos jugando al fútbol en un parque.

“¿Estamos en Colorado?” Iván recuerda haberles preguntado. Algunos de los jugadores les ofrecieron un lugar donde quedarse.

En la actualidad, los hermanos trabajan en el rubro de la construcción, comen tanto arroz con pollo como quieran y, en su tiempo libre, juegan al fútbol a modo recreacional. Gustavo dice que su equipo es el mejor. Está compuesto de inmigrantes peruanos y tiene una rivalidad feroz pero amistosa con los equipos de mexicanos y guatemaltecos. Los trofeos que los hermanos han ganado son las piezas más importantes que decoran la sala de la casa donde viven.

Iván y Gustavo han tratado de obtener un mínimo de justicia después de lo sucedido con Child, aunque el proceso ha sido difícil. En septiembre del 2020, los hermanos demandaron al rancho por falta de pago de sus salarios. En una carta enviada al Departamento de Servicios Laborales de Wyoming, Vickie Child afirmó que las acusaciones de los hermanos eran “completamente falsas”, pero reconoció que Iván y Gustavo iban a “recibir dinero próximamente”. Le pagó $4.260 a Iván en salarios atrasados, pero luego impugnó el reclamo de Gustavo, por una suma considerablemente mayor a la reclamada por Iván. En diciembre del 2020, una investigación del Departamento de Servicios Laborales de Wyoming determinó que Child le debía a Gustavo $7.300 en pagos atrasados y que, de forma ilegal, había descontado de su salario el importe de la compra de materiales de trabajo, como botas o binoculares. Sin embargo, las leyes del estado de Wyoming ponen un límite al monto de dinero que se puede reclamar en concepto de pago retroactivo. En consecuencia, Gustavo recibió menos de la mitad de lo que le correspondía.

Con la ayuda de la organización Servicios Legales de Colorado, los hermanos han solicitado la visa T, un beneficio temporal de inmigración reservado para víctimas de trata humana. USCIS otorga menos de 2.000 de estas visas por año. En 2020, más del 40% de las solicitudes fueron rechazadas. Iván y Gustavo brindaron relatos detallados de lo que vivieron y mostraron fotografías de las condiciones laborales y de la comida que recibían. Después de meses de papeleo y verificación de antecedentes, los hermanos recibieron las visas T en octubre de 2022. Estas nuevas visas le permiten quedarse en los Estados Unidos y aplicar a la obtención de la residencia permanente. Mientras tanto, el Departamento de Trabajo le permitió a Jon Child traer a nueve trabajadores extranjeros este mismo año, incluso después de que USCIS comprobara su vinculación con la trata de trabajadores migrantes.

Hoy, los hermanos viven en Colorado y juegan en un equipo de fútbol recreativo con otros trabajadores peruanos.

Según un funcionario de WHD, lo más probable es que eso sucediera porque el Departamento de Trabajo no estaba al tanto de las visas T que obtuvieron los hermanos. El Programa H-2A está administrado por varias agencias gubernamentales que no siempre se comunican entre sí. Por ejemplo, la WHD no recibe información detallada sobre las visas T, dijo el funcionario, “en parte porque se trata de información ultra secreta y sensible”. El departamento recibe de otras agencias gubernamentales hacen sobre, por ejemplo, acusaciones penales en contra de los empleadores, pero es un proceso desordenado. “Nos informan cuando ellos así lo deciden”, dijo el funcionario de WHD. A veces, su agencia no recibe ningún tipo de información.

Por más que el Departamento de Trabajo haya investigado y comprobado las acusaciones de los hermanos contra Child, es probable que nunca afronte consecuencias. Según varias auditorías realizadas, la agencia rara vez prohíbe a alguien traer trabajadores extranjeros bajo el Programa H-2A. La WHD solo tiene autoridad para inhabilitar a empleadores por irregularidades cometidas durante los últimos dos años, pero muchas investigaciones que lleva adelante la WHD llevan mucho más tiempo. Además, los empleadores tienen derecho a apelar si se les prohíbe traer trabajadores extranjeros bajo el Programa H-2A. El litigio puede durar meses o hasta años, y puede hacerse difícil cuando hay asociaciones como Western Range involucradas. “Sus intereses están estrechamente relacionados a estos tipos de situaciones, y los defienden con vehemencia” dijo el funcionario. Los empleadores pueden seguir contratando trabajadores extranjeros incluso si están en proceso de ser excluidos del programa, y si son excluidos, la prohibición es breve: tres años. La WHD señana que, no obstante, ha inhabilitado a 14 empleadores en lo que va del 2023.

En consecuencia, los abogados afirman que muchos empleadores acusados de maltrato continúan en operación. “Aunque hemos ayudado a los pastores a presentar estas denuncias altamente creíbles de violaciones ante la División de Horas y Salario del Departamento de Trabajo, nada parece cambiar, y sus solicitudes para más trabajadores H-2A continúan siendo aprobadas año tras año”, dijo Rodríguez.

Iván y Gustavo ahora hablan con sus familias más seguido. Iván le ha contado a su esposa fragmentos de cómo era trabajar para Jon Child, pero cuando Gustavo llama a su padre, no entra en detalles. “Él es una persona mayor”, dijo. “Tienes que decirle: ‘Aquí todo es hermoso. El trabajo es bueno’, para que él no se ponga triste”. Los hermanos esperan que, con el tiempo, toda su familia se mude a los Estados Unidos.

Mientras tanto, están tratando de establecerse. A veces les cuentan a sus nuevos amigos historias de cómo era trabajar en el campo. Los compañeros del equipo de fútbol suelen invitarlos a acampar en las montañas. Es divertido, dicen.

“Sabemos cómo son las cosas allí”, dijo Iván. “Es mejor si nos quedamos aquí”.

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